jueves, 19 de febrero de 2015

RELATOS Y MICRORRELATOS, Rincón de poesía, Daniel J. Devoto



Daniel Devoto, Aurora Bernárdez, Julio Córtazar y, posiblemente, Guida Kagel paseando por el Boulevard Saint Michel, en París


Daniel J. Devoto - Casandra


A María Rosa Lida
…Lo que importa es gritar, no el ser oído,
sino crecer bajo el propio canto
como una rama entre las piedras. Muro
de cantos, canto
más que de piedra, de raíz mordida.
¿Quién puede preferir estar callado
en inmovilidad, estanque ciego
perdiendo poco a poco su condición celeste
a poblarse de ecos bruscamente,
a edificar su catedral de voces
para sí mismo y para el dios contrario?

———————————————Lo que importa
es sentirse subir,
crecer, crecerse,
llenar todo el espacio con un grito
y quedarse detrás, inalcanzable.
Ya no puede morir la que ha fijado
su dura perdición. Ya nada puede
el tiempo, ni los hombres: ya ha forjado
Casandra un dios más fuerte que la aurora.
Daniel J. Devoto, 1943
Devoto, Daniel. El libro de las fábulas. Buenos Aires: Gulab y Aldabahor, 1943

La figura de Daniel Devoto (1916 - 2001) es internacionalmente conocida por sus aportes en los campos de la literatura española medieval, el folclore, la poesía popular y la musicología. Del mismo prestigio gozan sus trabajos bibliográficos y bibliotecológicos y su labor como editor.

Casado con María de la Encarnación Beatriz del Valle Inclán, se instaló en París a mediados de los años 50 donde desarrolló su gran labor como ensayista, profesor, editor, filólogo, crítico, bibliógrafo, traductor, poeta, musicólogo y ejecutante.

Su obra literaria, sin embargo, no ha merecido la misma fortuna. Varias son las razones de este hecho. Daniel Devoto mantuvo, especialmente después de la edición de su Libro de las fábulas (1943) un "implacable y saludable temor frente a la obra propia", aunque su corta obra despertó el interés de grandes como Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Julio Cortázar.

Éste último, compatriota y gran amigo de Daniel Devoto, que fue uno de sus primeros editores —publicó su poema dramático Los Reyes en 1949—, su confidente, lector y crítico durante años o incluso su momentáneo albacea cuando Julio Cortázar viajó a Europa por primera vez. A su buen criterio y responsabilidad dejó el destino de sus cuentos inéditos si le ocurría algún percance durante el viaje. Así lo certifica la carta autógrafa fechada el 30 de diciembre de 1949:



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